lunes, 14 de abril de 2014

Tres poemas de Wallace Stevens (traducción propia)


                      


                       

                   Puella Parvula

Cada hebra del verano se desteje finalmente.
            Una sola oruga devora a la enorme África
            y Gibraltar se disuelve como saliva en el viento.

            Mas por encima del viento, sobre las leyendas de su rugir,
            sobre el elefante en el tejado y su estruendo elefantino,
            sobre el sangriento león de noche en el patio o listo para saltar

            desde las nubes entre árboles temblorosos
            rechinando con estruendo los dientes, sobre los acuosos chapoteos
            de un mar abandonado que declama con su amplia garganta,

            por encima de todo esto triunfa la poderosa imaginación
            como una trompeta y dice: en esta época de la memoria,
            cuando las hojas caen como cosas que lloran el pasado,

            permanece tú calmada en el corazón, oh, perra salvaje. Oh, mente
            enloquecida, sé lo que él te dice que seas: Puella.
            Escribe pax en el cristal de la ventana. Y después
           
quédate quieta. El summarium in excelsis comienza…
            Fuego, sonido, furia compleja… Escucha lo que él te dice,
            el amo impasible, al comenzar el humano relato.




                   Ángel rodeado de paisanos


Uno de los paisanos:
                                                                                    ¿Hay
una bienvenida en la puerta a la que nadie acude?
El ángel:
Yo soy el ángel de la realidad,
visto un instante de pie ante el umbral.

Mi ala no es ceniza ni doradas son mis ropas
y vivo sin una tibia aureola,

sin estrellas que me sigan, no para servirme,
sino como parte de mi ser y mi conocimiento.

Soy uno de vosotros y ser uno de vosotros
es ser y saber lo que soy y sé.

Y sin embargo soy el ángel necesario de la tierra,
ya que, a través de mis ojos, veis la tierra de nuevo,

limpia de su rígida y testaruda cerrazón humana,
y en mi oído, oís el trágico bordoneo

elevarse líquidamente en líquidas morosidades,
como ácueas palabras a flor de agua; como significados expresados

por medio de repeticiones de significados a medias. ¿No soy acaso
yo mismo, tan sólo una especie de figura a medias,

una figura vista a medias, o vista por un instante, un hombre
de la mente, una aparición ataviada con

atavíos de aspecto tan ligero que al menor movimiento
de mi hombro, pronto, demasiado pronto, desaparezco?




                          Madame La Fleurie


Hacedle pesado, oh, estrellas limítrofes, con las enormes cargas del final.
Selladle allí. Miró dentro de un espejo de la tierra y creyó vivir en él.
Ahora trae a su paciente progenitora todo lo que vio dentro de la tierra.
Ella devora su fresco conocimiento, bajo el rocío.

Hacedle pesado, pesado, hacedle pesado con la somnolencia de la luna.
Tan solo era un espejo porque miró en él. No era algo que pudiera serle dicho.
Era un lenguaje que él hablaba sin saber, porque debía hacerlo.
Era una página que había encontrado en el manual de la angustia.

Los negros fugatos martillean las negruras de la negrura…
Las gruesas cuerdas balbucean las guturales de los pináculos.
Él no yace allí recordando al arrendajo azul, dice el arrendajo.
Su pesadumbre es que su madre deba alimentarse de él, de él y de lo que él ha visto,
en aquella estancia lejana, la reina barbuda, perversa en su mortecina luz.


                                                                       WALLACE STEVENS








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