Puella Parvula
Cada hebra del
verano se desteje finalmente.
Una
sola oruga devora a la enorme África
y
Gibraltar se disuelve como saliva en el viento.
Mas
por encima del viento, sobre las leyendas de su rugir,
sobre
el elefante en el tejado y su estruendo elefantino,
sobre
el sangriento león de noche en el patio o listo para saltar
desde
las nubes entre árboles temblorosos
rechinando
con estruendo los dientes, sobre los acuosos chapoteos
de
un mar abandonado que declama con su amplia garganta,
por
encima de todo esto triunfa la poderosa imaginación
como
una trompeta y dice: en esta época de la memoria,
cuando
las hojas caen como cosas que lloran el pasado,
permanece
tú calmada en el corazón, oh, perra salvaje. Oh, mente
enloquecida,
sé lo que él te dice que seas: Puella.
Escribe
pax en el cristal de la ventana. Y después
quédate quieta. El summarium
in excelsis comienza…
Fuego,
sonido, furia compleja… Escucha lo que él te dice,
el
amo impasible, al comenzar el humano relato.
Ángel rodeado de
paisanos
Uno de los paisanos:
¿Hay
una bienvenida en
la puerta a la que nadie acude?
El ángel:
Yo soy el ángel de
la realidad,
visto un instante
de pie ante el umbral.
Mi ala no es ceniza
ni doradas son mis ropas
y vivo sin una
tibia aureola,
sin estrellas que
me sigan, no para servirme,
sino como parte de
mi ser y mi conocimiento.
Soy uno de vosotros
y ser uno de vosotros
es ser y saber lo
que soy y sé.
Y sin embargo soy
el ángel necesario de la tierra,
ya que, a través de
mis ojos, veis la tierra de nuevo,
limpia de su rígida
y testaruda cerrazón humana,
y en mi oído, oís
el trágico bordoneo
elevarse
líquidamente en líquidas morosidades,
como ácueas
palabras a flor de agua; como significados expresados
por medio de
repeticiones de significados a medias. ¿No soy acaso
yo mismo, tan sólo una
especie de figura a medias,
una figura vista a
medias, o vista por un instante, un hombre
de la mente, una
aparición ataviada con
atavíos de aspecto
tan ligero que al menor movimiento
de mi hombro,
pronto, demasiado pronto, desaparezco?
Madame La Fleurie
Hacedle pesado, oh,
estrellas limítrofes, con las enormes cargas del final.
Selladle allí. Miró
dentro de un espejo de la tierra y creyó vivir en él.
Ahora trae a su
paciente progenitora todo lo que vio dentro de la tierra.
Ella devora su
fresco conocimiento, bajo el rocío.
Hacedle pesado,
pesado, hacedle pesado con la somnolencia de la luna.
Tan solo era un
espejo porque miró en él. No era algo que pudiera serle dicho.
Era un lenguaje que
él hablaba sin saber, porque debía hacerlo.
Era una página que
había encontrado en el manual de la angustia.
Los negros fugatos
martillean las negruras de la negrura…
Las gruesas cuerdas
balbucean las guturales de los pináculos.
Él no yace allí
recordando al arrendajo azul, dice el arrendajo.
Su pesadumbre es que su madre deba alimentarse de él, de él y de lo que
él ha visto,
en aquella estancia lejana, la reina barbuda, perversa en su mortecina
luz.
WALLACE STEVENS
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